domingo, 26 de mayo de 2013

REFLEXIÓN SOBRE EL ESTADO DE LOS ESTUDIOS ARABISTAS EN LA ACTUALIDAD

Analizar la sociedad actual, con sus intereses y sus despreocupaciones, con sus primordiales objetivos y sus asuntos olvidados, sería repetir de modo innecesario la fe ciega que se deposita en las ciencias y una gran despreocupación por el mundo prescindible de las letras -qué pobre y ridícula denominación reduccionista, pues también ellas hacen ciencia; además, como si a las ciencias se las pudiera llamar "números"-. Y dentro de esas letras caídas cada vez en más baja estima, también se articula una jerarquía de sectores: las filologías van a la cabeza en esa supuesta lista de "futuro sin futuro"; y dentro de este grupo, a su vez, los estudios arabistas se esconden bajo una capa casi mohosa de desconocimiento.

En el siglo XIX, en el seno de aquel Romanticismo que redescubría lo cotidiano y lo cincelaba con relieves de misterio, renació el interés por el estudio de un pasado largo, intenso y fructífero que se había dejado al margen durante mucho tiempo: la Edad Media islámica, que en España se traducía en al-Ándalus. La mezcolanza del hálito oscuro y hechizante que llevaba arrastrando la Edad Media desde que así la calificaron en el Renacimiento y la estética visual de todo lo relacionado con Oriente conformaban un cóctel que rebosaba exotismo, y ante el cual el Romanticismo, en su facción orientalista, fue incapaz de resistirse. Pero este primer movimiento decimonónico no inventaba nada de la nada: tan solo estaba explotando la tarea que ya hubo comenzado Carlos III y su sabio grupo monacal, estudiando y catalogando los manuscritos arábigos de la Laurentina. La biblioteca del monasterio de El Escorial, mandado erigir por Felipe II, recibió a lo largo de la década de 1570 grandes aportaciones de manuscritos árabes. La historia de España, que muchas veces se vuelve paradójica, encuentra aquí una de esas ocasiones: un curioso rey de España, que apreciaba la cultura árabe, y que sin embargo prohibió su lengua en 1566.

Don Pascual de Gayangos (1809-1897), don Francisco Codera (1836-1917) -del que nace la estirpe que cariñosamente se autodenominaba "los banu Codera"-, don Julián Ribera y Tarragó (1858-1934), don Miguel Asín Palacios (1871-1944), don Emilio García Gómez (1905-1995)... Esta es la cadena de maestros-discípulos que se trazó desde mediados del siglo XIX y que se ha logrado mantener hasta la actualidad. Aunque hunde sus raíces en un siglo que nos parece ya lejano, no sería hasta 1933 que se consiguiera establecer una Escuela de Estudios Árabes oficial, con sus dos centros neurálgicos en Madrid y Granada.


En la actualidad, el microcosmos del arabismo sigue quedando reducido en España a esas dos ciudades pioneras, a la que se les ha sumado Barcelona: sus Estudios Árabes y Hebreos, Estudios Semíticos e Islámicos y Estudios Árabes e Islámicos, respectivamente, son las banderas que enarbolan para avisar al mundo un seguimos aquí. Pero es un campo, el del arabismo, muy amplio, al que se aferra, sin embargo, un grupo que ha mantenido su carácter minoritario. Agrupar los estudios arabistas con los hebraístas es la única solución para asegurar su supervivencia.

En el título del grado que ha elegido la Universidad Complutense de Madrid, es decir, el de Estudios Semíticos e Islámicos, veo uno de esos gritos desesperados que lanza un sector que se niega a desaparecer en un panorama social que quiere indagar en el futuro y no en el pasado. Semíticos e Islámicos... adjetivos horriblemente elegidos, pero muy prácticos: ¿se da por hecho que semíticos representa al ámbito hebreo y no al árabe?, ¿o es que acaso se estudia islam y no judaísmo? Es, sencillamente, un azuelo; una estrategia; puro marketing enfocado a una sección de la población: islámicos sugiere teología musulmana. De ceñirse a un simple Estudios Semíticos -que es de hecho como debería llamarse-, el decanato se encontraría con cuatro plazas ocupadas por unos apasionados del árabe y del hebreo, que tienen en la cabecera de la cama la Biblia y el Corán -siempre como objetos de estudio- y que son, para colmo, en su gran mayoría agnósticos irredentos.

Nuestro grado, en definitiva, es un panal de amantes de la historia y filología semítica que se niega a caer en la tentación de una sociedad que dirige su rumbo única y exclusivamente hacia lo que hoy en día entendemos como ciencia. Mientras tanto, nosotros seguimos siendo un pequeño grano de arena en un mar de agua en el que nos resistimos a disolvernos. Queremos recuperar el pasado, del que al-Ándalus forma una parte esencial para el imaginario histórico español, y traerlo al presente no al modo histórico y teórico tradicional, sino poniendo en marcha esa memoria que Walter Benjamin suponía como único antídoto. Es un olvidar el olvido y reavivar y redescubrir las deudas de nuestro día que se anclan en lo remoto.

1 comentario:

  1. Me ha gustado, Clara! Tienes mucha razón en lo que dices, somos unos eternos olvidados. Todo el mundo cree que estudiar Filología se limita a Inglesa, Francesa o Hispánica. Me alegro de estudiar lo que estudio precisamente por eso, para demostrar que no olvidamos a los árabes ni a los judíos, que fueron una parte importantísima en la historia a nivel global y también en España

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